Rescatando las escuelas de Puerto Rico

 

Daños tras fuertes lluvias en Salinas, una región costera en el sur de Puerto Rico. Foto por Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

 
 

El sistema escolar de Puerto Rico, el sexto más grande de EE. UU., vive los estragos de desastres naturales recurrentes y una caída en las matrículas ¿Ayudará la nueva atención federal? 

Nota del editor: Este artículo sobre el sistema escolar en Puerto Rico fue producido por The Hechinger Report, una organización de noticias independiente sin fines de lucro enfocada en la desigualdad y la innovación en educación.
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SALINAS, Puerto Rico — Fue poco lo que su familia pudo rescatar. Solamente unas sillas de plástico, algunas fotos, su uniforme escolar.

La inundación que devastó el pasado otoño el hogar de Deishangelxa Nuez Galarza, estudiante de quinto grado en esta área costera del sur de Puerto Rico, también provocó el cierre de su escuela primaria, El Coquí, durante tres días, mientras el personal limpiaba un pie de altura de agua lodosa de cada salón del primer piso. Deishangelxa siempre cuidaba sus útiles escolares. 

“Cuido mis cosas de la escuela”, dijo, “porque un día yo quiero ser enfermera”. 

Se trataba de la última de una serie de pausas en una educación que ha sido caracterizada por interrupciones casi constantes. Deishangelxa comenzó el kinder en la Escuela Ana Hernández Usera en el 2017, año en el que el huracán María azotó la isla. Las escuelas de todo Puerto Rico permanecieron cerradas por un promedio de cuatro meses.

Ana Hernández Usera nunca volvió a abrir. Como más de 260 escuelas en Puerto Rico con una matrícula baja, cerró de manera permanente como parte de medidas más amplias para reducir costos. Deishangelxa se trasladó a El Coquí, pero la isla no tendría tregua con los desastres naturales. Tenía 8 años en enero de 2020, cuando varios terremotos estremecieron la isla, obligando el cierre de su escuela durante tres meses, mientras los ingenieros inspeccionaban las estructuras físicas del edificio para asegurarse de que no hubiera peligro cuando los estudiantes regresaran.

Cuando se reanudaron las clases, no fue por mucho tiempo. Pocas semanas después, las escuelas volvieron a cerrar por el Covid-19. A Deishangelxa, que tenía 9 años en ese momento, se le hizo difícil el aprendizaje virtual y se retrasó considerablemente. En agosto de 2021, después de oleadas sucesivas de infecciones durante las que las escuelas abrieron y cerraron, la educación presencial se reanudó para los estudiantes de la isla, pero duró poco. Apenas un año después, el huracán Fiona desató su furia contra la isla, causando inundaciones extensas y daños en infraestructura. Deishangelxa tenía 10 años cuando las escuelas volvieron a cerrar en septiembre de 2022 — en esta ocasión por dos semanas.

Los contratiempos que ha tenido Deishangelxa se reflejan en todo Puerto Rico. Desde el 2017, varios desastres naturales han golpeado la isla — destruyendo casas, devastando la red eléctrica y destruyendo la infraestructura. Ese trauma recurrente, que un residente llama el “TEPT colectivo de la isla”, ha sido agravado por la pobreza generalizada y los desafíos burocráticos. 

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El sistema escolar de Puerto Rico es particularmente vulnerable a los desastres naturales que se están volviendo más comunes en los Estados Unidos debido al cambio climático, y al mismo tiempo está inusualmente mal preparado para ayudar a los niños a recuperarse de los contratiempos de aprendizaje que estos conllevan. La isla ha enfrentado corrupción y mal manejo por parte del gobierno local, miles de millones en deuda y emigración masiva que ha generado una pérdida crítica de profesionales y esencialmente redujo a la mitad la población estudiantil de la isla en 15 años, de casi 550,000 en el 2006 a 276,413 en el 2021.

Un empleado alza una foto de un programa de Casa Familiar en una escuela en Comercio. La escuela se inundó durante el huracán Fiona, con un nivel de agua de más de seis pies que cubría la mitad de algunos posters que tenían en las paredes. Foto por Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

El distrito escolar de Puerto Rico, el sexto más grande de los Estados Unidos, suele ser ignorado en conversaciones sobre la educación en el país. Sin embargo, los expertos dicen que se trata de una alerta temprana de la cual otros distritos podrían aprender mientras luchan con los efectos del cambio climático en el aprendizaje, la salud y la infraestructura.

“¿Cómo compensamos el impacto de esas interrupciones en la escuela y cómo hacemos que las escuelas sean más resistentes?”, dijo John King, exsecretario de educación de EE. UU. que es copresidente de This is Planet Ed, una iniciativa del Instituto Aspen que trabaja en soluciones climáticas a través del sector educativo. “Es un problema serio para Puerto Rico hoy en día, pero es un problema que ya estamos viendo en otras partes del país que va a seguir creciendo”.

Miguel Cardona, el secretario de educación del gobierno del presidente Joe Biden, prometió “un nuevo día” para Puerto Rico. En los últimos dos años, ha aprobado más de $6 mil millones en fondos federales para el sistema escolar de la isla. Casi mil millones de ese financiamiento se hicieron posibles revirtiendo una decisión de la administración Trump de restringir ayudas por la pandemia a Puerto Rico por lo que ha sido denominado “problemas de larga data” con la mala gestión de fondos federales en la isla. El gobernador de Puerto Rico, Pedro Pierluisi, prometió implementar “una mayor rendición de cuentas” y contratar a un tercer partido independiente para administrar los fondos.

Hasta ahora, el dinero se ha utilizado para costear aumentos temporales en los salarios de los maestros, contratar a cientos de profesionales de salud mental escolar y financiar programas de tutoría. Pero, pese a la Ley de Reforma Educativa de Puerto Rico de 2018 que permite más control local, el departamento de educación de Puerto Rico sigue estando fuertemente centralizado, lo que impide que se reparta el dinero rápidamente.

La escuela primaria El Coquí, en Salinas, Puerto Rico atiende a casi 300 niños. En los últimos cinco años, huracanes, inundaciones, terremotos y la pandemia del COVID-19 han obligado a esta escuela a cerrar en numerosas ocasiones. Foto por Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

Chris Soto, asesor senior de Cardona que encabeza el esfuerzo federal por mejorar las escuelas de Puerto Rico, dijo que es importante abordar no solamente las necesidades del sistema a corto plazo, sino también algunos de sus problemas sistémicos, como una burocracia sofocante y una infraestructura deteriorada, que han plagado al departamento durante décadas.

“De esa manera no estaremos hablando de lo mismo en 20 años”, dijo.

Puerto Rico, que ha estado bajo control de Estados Unidos desde que terminó la guerra hispano-estadounidense en 1898, por largo tiempo ha ocupado una posición nebulosa como un “territorio no incorporado”. Sus residentes son ciudadanos estadounidenses, pero no pueden votar en las elecciones presidenciales ni tienen representación en el Congreso. Las políticas federales siguen poniendo en desventaja a la isla, como resultado de una “relación cuasicolonial”, dijo King.

La parte federal de los fondos de Medicaid, por ejemplo, tiene un límite de 55% (si Puerto Rico fuese un estado, podría recibir 83%), a los residentes se les niegan ciertos beneficios por discapacidad y existen restricciones para el acceso a otros fondos, como el crédito tributario por hijos. La pobreza infantil es extensa: En los 50 estados, 17% de los niños viven debajo de la línea de pobreza; en Puerto Rico, esa cifra es de 55% y aún más alta en áreas rurales.

Los resultados académicos en Puerto Rico son bajos y han ido disminuyendo a paso constante desde el huracán María. En un examen de matemáticas que toman niños en todo Estados Unidos (la Evaluación Nacional de Progreso Educativo, comúnmente conocida como la Libreta de Calificaciones de la Nación), en Estados Unidos continental, aproximadamente a un tercio de los estudiantes de cuarto grado y a un cuarto de los estudiantes de octavo grado se les consideraba “aptos” en el 2022. En comparación, tan pocos estudiantes estuvieron a la altura de los estándares en Puerto Rico, en cualquiera de los dos grados ese año, que el porcentaje se redondea a cero.

Entre el 2017 y el 2022, el porcentaje de niños con un rendimiento considerado en el nivel que tendrían que tener para su grado en español, matemática, inglés y ciencias disminuyó al menos 10 puntos porcentuales en cada materia, como lo mide la evaluación local, META-PR. En el 2021, funcionarios escolares revelaron que 13,000 estudiantes habían reprobado todas sus materias.

El aprendizaje virtual se les hizo particularmente difícil a los estudiantes puertorriqueños. Aun en el 2017, antes del huracán María, aproximadamente un cuarto de los niños de la isla carecía de acceso al internet y la mitad no tenía computadoras en el hogar. A los que cuentan con esos recursos hoy en día los entorpece un servicio eléctrico intermitente.

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A los estudiantes les costó encaminarse cuando se reanudó el aprendizaje presencial: Más de la mitad de los estudiantes estaban “desmotivados” entre febrero y mayo del año pasado, según una estimación de un informe del Departamento de Educación de Estados Unidos. En El Coquí, la escuela de Deishangelxa, el director Jorge Luis Colón González dijo que un tercio de sus estudiantes tienen dificultades ahora, pese a que reciben algo de ayuda adicional.

Jorge Luis Colón González, director de la escuela El Coquí en Salinas, Puerto Rico, en la que un nuevo programa extraescolar de tutoría busca ayudar a los niños a recuperarse de los contratiempos en el aprendizaje. Foto de Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

Fondos federales le pagaron a una compañía privada para poner en marcha un programa de recuperación académica después de clases en El Coquí durante el presente año escolar. Más de 75 niños, incluyendo Deishangelxa, se quedan todos los días después de la jornada escolar para recibir dos horas de tutoría extra en español, inglés, matemática y ciencias. Colón dijo que espera que este apoyo adicional les permita a sus estudiantes ponerse al día. “Me preocupa mucho su aprendizaje”, dijo.

Yiria Muñiz, maestra en una escuela católica para niñas, Academia María Reina, en San Juan, dijo que los estudiantes de Puerto Rico han tenido cinco años completos de aprendizaje interrumpido, y que esto se nota. Muñiz dice que antes les enseñaba el sistema métrico decimal a sus estudiantes en una semana; ahora, le toma más de dos meses.

“Los niños de 2017 y de 2022 no son iguales. Si piensas en mis estudiantes de séptimo grado ahora mismo, han estado pasando por algo desde el segundo grado. Entonces, han perdido muchas, muchas oportunidades para desarrollar destrezas sociales, académicas, de conducta y emocionales”, dijo.

Muñiz se ve obligada a cambiar su plan de estudios constantemente para adaptarlo a sus estudiantes. “Todo lo que había hecho anteriormente ya no sirve”, dijo.

Maestros en todo Puerto Rico dicen que han recibido poca ayuda para satisfacer los cambios en las necesidades de sus estudiantes. El desarrollo profesional suele ser irregular, opcional u organizado apresuradamente, y muchos maestros no han recibido ese tipo de apoyo en años, dijo Víctor Manuel Bonilla Sánchez, presidente de la Asociación de Maestros de Puerto Rico, un sindicato que representa a los maestros.

Algunas organizaciones sin fines de lucro han intervenido para llenar ese vacío. Por ejemplo, una coalición de organizaciones enfocadas en la alfabetización, encabezada por la organización sin fines de lucro Flamboyan Foundation, realiza talleres para formar a los maestros sobre cómo enseñar a leer, abastece a las bibliotecas escolares de libros culturalmente adecuados y educa a la comunidad en general sobre la importancia de la lectura. Yadira Sánchez, una psicóloga escolar que encabeza la organización sin fines de lucro Lectores para el Futuro, dijo que los maestros están “hambrientos” por este apoyo; una reciente sesión de capacitación que ella ayudó a organizar estuvo atestada. Ahora, la coalición está trabajando para expandir su alcance a más maestros gracias a una esperada inyección de nuevos fondos federales. 

Quizás aún más preocupante que las interrupciones académicas es la crisis de salud mental entre los niños de la isla. En una evaluación reciente, el Programa de Trabajadores Sociales del Departamento de Educación de Puerto Rico determinó que más de 500 niños habían perdido a un familiar durante el año académico 2020-21 y que aproximadamente 68,000 niños, casi un tercio de todos los estudiantes, necesitan ayuda debido a una situación emocional, mental o de comportamiento.

Mochilas colgadas afuera de un salón de clases en la Escuela Delia Dávila de Cabán, en Toa Baja, una escuela primaria ubicada a unas 25 millas de San Juan. Foto de Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

El trauma generado por el aluvión de desastres persiste. Los maestros cuentan de niños que se echan a llorar cuando un camión que pasa hace vibrar el suelo, porque les recuerda un terremoto. Algunos niños se distraen en clase al más leve sonido de gotas de lluvia, mientras otros esconden comida en sus bolsillos y medias.

El plan de Puerto Rico incluye el uso de los $6 mil millones, proporcionados por el departamento de educación federal, para fortalecer los equipos escolares de salud mental existentes, en parte mediante la contratación de más de 420 enfermeras y 110 psicólogos escolares para abordar la severa escasez de personal de salud escolar. El dinero también ayudará a pagar cientos de facturas atrasadas de evaluaciones y terapias que ya se les realizaron a niños en programas de educación especial.

Dinelys Rodriguez, de 14 años, estudia en la Escuela Delia Dávila de Cabán en Toa Baja, aproximadamente a 25 minutos de San Juan. Recuerda haber hecho fila con su madre por más de tres horas simplemente para entrar a un supermercado después del huracán María. Ahora, cada vez que hay una tormenta, le preocupa no tener suficiente para comer. Fueron tiempos difíciles, pero ella y su hermano, Jadniel, de 11 años, también recuerdan que jugaron a las cartas en familia después de los huracanes y se bañaron en la lluvia, recuerdos que los hacen sonreír.

Pero, a medida que han ido creciendo, han empezado a preocuparse por perder tantos días de escuela. Dinelys quiere ser abogada. “Quiero ser alguien en la vida”, dijo. “¿Cómo voy a aprobar mis exámenes y graduarme si no puedo ir a la escuela?”, Jadniel también se preocupa. “Es difícil estudiar cuando los adultos a mi alrededor siempre están preocupados”, dijo. “Siempre estoy en alerta”.

La trabajadora social Luz Rivera Ocasio junto a la estudiante Victoria Ortiz. Foto de Kavitha Cardoza

Ambos niños participan en un programa de salud mental que se ha ofrecido por mucho tiempo en su escuela, que es administrado por la organización sin fines de lucro Instituto Nueva Escuela. Luz Rivera Ocasio, una trabajadora social que pertenece al programa, dijo que apoya a las familias, ya sea que necesiten asesoramiento o ayuda práctica, como dinero para alimentos o ropa. Pero el programa, Casa Familiar, solamente está disponible en 13 escuelas, brindándole ayuda solo a una pequeña fracción de quienes la necesitan.

Rivera describe su función como “el pañuelo que seca todas las lágrimas”. Los niños entran y salen de su salón para darle — y recibir — un abrazo caluroso y acogedor. Entre los huracanes, la pandemia y todo lo que ha pasado, “le ha afectado emocionalmente”, dijo. “O sea, esto han seguido arrastrando, poco a poco.” 

El Coquí emplea a una trabajadora social escolar; hace dos años, sumó a una psicóloga escolar. Colón, el director, dice que los estudiantes aún se están recuperando emocionalmente del aislamiento del aprendizaje virtual. Y las maestras también. No podían dar con los estudiantes que no tenían internet, o que estaban haciendo cuidado a sus familias, y fue difícil. “La ansiedad fue uno de los factores que afectó a nuestros maestros”. Colón no solamente anima a los maestros a que hablen con la psicóloga de la escuela, sino que a veces él mismo se desahoga con ella.

Victoria Ortiz, de 9 años, viene participando en un programa de Casa Familiar en su escuela desde hace dos años, aprendiendo a identificar y manejar sus emociones mediante terapia y actividades. Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

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Sánchez, la psicóloga escolar que encabeza Lectores para el Futuro, dijo que la gente de la isla se enorgullece de su resiliencia, pero que los implacables desastres naturales han hecho imposible sostener esa actitud. Ella aconseja a maestros que se culpan por no haber estado con familiares que estaban muriendo, que se sienten muy mal por haberles gritado a los estudiantes en un momento de frustración, y hasta aconseja a los que han dejado la profesión. 

“Antes teníamos tiempo para recuperarnos, ahora no hemos tenido para recuperarnos. Entonces crees que estás saliendo adelante y pasa otra cosa”, dijo. “Es una crisis”. 

Aunque las escuelas públicas de la isla habían visto una disminución constante en las matrículas durante casi dos décadas, en el año escolar inmediatamente posterior al huracán María, se vio una caída abrupta de más de 42,000 niños. Los funcionarios escolares ya habían cerrado 167 escuelas el año anterior y decidieron consolidar esto aún más cerrando  otras 260 escuelas locales. Los maestros fueron reasignados, los viajes diarios de los niños se hicieron más largos y los edificios escolares quedaron vacíos. Desde entonces, la matrícula ha seguido disminuyendo, cayendo otros 16,878 niños desde el 2021. 

Ana Díaz, maestra de tercer grado en la Escuela Delia Dávila de Cabán en Toa Baja, ha presenciado de primera mano el desplome de la matrícula. Hace cinco años, antes del huracán María, tenía 28 alumnos en su aula. Comenzó el presente año escolar con apenas 14.

Díaz dijo que muchos estudiantes se han ido a Estados Unidos continental, usualmente a la Florida, a hospedarse con familiares. Pero no es un camino fácil — no solamente deben acostumbrarse a un nuevo lugar, a nuevas amistades y a un nuevo idioma, sino que el currículo no está alineado con el de Puerto Rico, y los niños suelen tener problemas académicos, dijo. A veces regresan a la isla, y se les dificulta reajustarse y ponerse al día con lo que se han perdido.

Un mural en una pared en la escuela primaria El Coquí, en Salinas, Puerto Rico. La escuela lleva el nombre de la pequeña rana con voz descomunal que es tan querida en la isla. Foto por Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

“Es bien frustrante porque yo veo el potencial que ellos tienen”, dijo Díaz. Esta migración también podría tener consecuencias para el empleo de Díaz. Si se van más estudiantes, es posible que sea trasladada a otra escuela.

Los educadores también se han visto afectados por las medidas de austeridad. Una junta de supervisión, establecida por el gobierno federal para reestructurar la deuda masiva de Puerto Rico, anunció en enero de 2022 que los educadores ya no tendrían una pensión garantizada, que sus beneficios serían reducidos y que ya no serían elegibles para recibir beneficios de jubilación antes de los 63 años. Fue un golpe para los maestros de la isla a los que ya se les pagaba poco: El sueldo promedio en el 2018 fue de $27.000; los maestros en Estados Unidos tuvieron un sueldo promedio de $61.730. 

El salario insuficiente de los maestros fue duramente puesto de manifiesto a principios de 2022, cuando un maestro falleció en un accidente automovilístico luego de quedarse dormido mientras conducía a casa de su empleo nocturno como guardia de seguridad, uno de los dos trabajos adicionales que necesitaba para llegar a fin de mes. En respuesta a la tragedia y otros sucesos, los educadores llevaron a cabo huelgas masivas, lo que provocó que el gobierno aprobara un aumento temporal de $1,000 mensuales para todos los educadores y bonificaciones para algunos maestros, pagados con fondos federales de ayuda.

Pero no está claro qué sucederá una vez que se agote el dinero. Díaz dijo que nunca va a poder jubilarse.

Bonilla, del sindicato de maestros, dijo que la máxima prioridad del grupo este año es conseguir una mejor  asistencia en salud mental para los maestros. El departamento de educación de Puerto Rico recientemente firmó un acuerdo con una universidad local para brindarles terapia virtual a los educadores, pero Bonilla dice que debe hacer mucho más, debido a la escala del problema. 

El secretario de educación de Puerto Rico, Eliezer Ramos Parés, quien está comenzado su segundo año en el cargo, reconoce que les espera un camino difícil. Pero es optimista en cuanto a que el dinero federal ayudará y que el gobierno estadounidense, las organizaciones sin fines de lucro y el departamento de educación local encontrarán la manera de trabajar en conjunto. Ramos Parés dijo que su departamento ya ha hecho algunos cambios — por ejemplo, están usando más registros electrónicos, en lugar de papeles; recopilando más datos y documentando sus actividades.

“La confianza es importante y, para que haya confianza, tiene que haber transparencia”, dijo. “Puerto Rico no lo puede lograr solo; tenemos que ser un equipo”.

Afuera de El Coquí — la escuela lleva el nombre de una especie de rana diminuta con una voz descomunal que es tan querida en la isla—, miles de mariposas amarillas y blancas aletean como confeti. Pero, a pesar de la belleza que los rodea, los residentes del área exudan una ansiedad palpable, temerosos del próximo desastre natural. Los locales están siempre en alerta por señales de advertencia: Aquí, en el sur de Puerto Rico, si de pronto aparecen ciertas aves marinas tierra adentro, la gente cree que se viene otro desastre, dijo Colón.

Un libro en la biblioteca de una escuela primaria. La red eléctrica en Puerto Rico es errática, por lo que los ciudadanos comúnmente conviven con un servicio eléctrico intermitente y se quedan sin luz de un momento a otro. Foto por Kavitha Cardoza para The Hechinger Report

La ansiedad podría ser una causa del reciente aumento de casos de asma entre los estudiantes de El Coquí, dijo la trabajadora social de la escuela. También ha aumentado el número de estudiantes en El Coquí con problemas de piel. Los padecimientos podrían ser consecuencia del moho al que los niños estuvieron expuestos en sus hogares después de las inundaciones, o de la contaminación ambiental que ha sido una preocupación en esta área durante años, agregó. 

Algunos de los fondos federales se utilizarán para remover moho, asbestos y plomo de los edificios y proveer a los estudiantes pupitres que estén libres de moho u óxido. También hay planes para reemplazar sistemas de aire acondicionado anticuados.

El ingreso per cápita en esa región costera de Salinas es menor a $10,000 al año; apenas un poco más de un tercio de las personas en edad para trabajar forman parte de la fuerza laboral. Colón, quien se crió en la pobreza en un pueblo cercano, dijo que la educación fue su salida. Es un camino que anhela con fervor para sus estudiantes.

“Es la única herramienta que tienen para salir de la pobreza”, dijo. “Puede cambiar vidas”. Es por eso que, pese a los desafíos de los últimos años, Colón dijo estar más decidido que nunca a seguir trabajando en el ámbito de la educación.

“Nunca me voy a rendir”, dijo. “Siempre voy a estar buscando estrategias. Las que no funcionan, las cambiamos.”

Kavitha Cardoza es una periodista independiente que ha cubierto la educación y la pobreza durante casi 20 años. En la actualidad es editora pública para la Asociación de Escritores de Educación. Cardoza recibió una Beca Spencer en Periodismo sobre Educación en 2021-22. Colabora frecuentemente con NRP y el Hechinger Report. Sus empleos más recientes fueron como corresponsal de Education Week/PBS Newshour, WAMU en Washington, D.C., y la Radio Pública de Illinois en Springfield, Illinois. Cardoza recibió varios premios nacionales por su trabajo. 

 
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