Las mujeres de La Parada

 
 
 

Una fila de mujeres esperando trabajo en La Parada, acompañadas por representantes de Liberty Workers. Foto por Andrea Pineda-Salgado

Excluidas de muchas leyes laborales, las trabajadoras domésticas informales de Brooklyn luchan por derechos básicos

Nota del editor: Este reportaje fue publicado originalmente por Epicenter-NYC con apoyo de palabra/NAHJ y Altavoz Lab, una iniciativa que empodera a los periodistas que realizan investigaciones sobre la rendición de cuentas en el servicio de comunidades inmigrantes,  latinas y otras poblaciones que carecen de representación en los medios.

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Una tarde húmeda en agosto de este año, una mujer de mediana edad caminaba por la esquina de la Calle División y Avenida Marcy en el área de Williamsburg de Brooklyn, observando una línea de mujeres inmigrantes. Las mujeres se habían congregado en la esquina, como lo hacen a diario, con esperanza de ser elegidas por residentes de la zona para limpiar sus casas. La mujer de mediana edad parecía estar lista para irse sin contratar a nadie cuando una joven inmigrante latinoamericana se le acercó ansiosamente. 

“Quítate la mascarilla y déjame verte la cara”, le exigió la potencial empleadora. 

Sin aliento tras la breve carrerilla, la muchacha sonrió, pero no parecía entender la orden. “Te dije que te quitaras la mascarilla”, repitió la mujer mayor, haciendo señas con la mano. Con los ojos llenos de esperanza, la muchacha de una vez se bajó la mascarilla. Pero la mujer mayor la miró de arriba a abajo y le dio la espalda.

La intersección de la Calle División y la Avenida Marcy es conocida como La Parada. Ubicada en el centro de la zona jasídica de Williamsburg, uno de muchos destinos para jornaleros en la ciudad de Nueva York, es frecuentado por mujeres indocumentadas de Latinoamérica y de Europa del Este. Los empleos informales no regulados que encuentran aquí las dejan expuestas a condiciones laborales abusivas.

Vulnerables a la explotación 

Para algunas personas, La Parada es la puerta a un primer empleo en un nuevo país. Para otras, es un último recurso: Cuando te quedas sin empleo y tu estatus migratorio te impide recibir beneficios de desempleo, vas a La Parada hasta que encuentres trabajo fijo. 

Margarita Gómez llegó a La Parada por primera vez en el 2011 luego de que su esposo, que es indocumentado, se quedara sin empleo. Una amiga le había dicho que ahí era fácil encontrar trabajo; bastaba con que se presentara. Pero luego de que Gómez fuese elegida para limpiar la casa de una familia, quedó sorprendida al ver que pretendían que limpiara de rodillas. 

“Uno limpiaba de rodillas,” dijo Gómez. “Te tirabas al piso y limpiabas los pisos y el baño con tus manos. No te daban un trapeador. No te daban ni guantes. Fue muy pesado. El primer día que yo fui terminé demasiado cansada, como que me había pasado el tren por arriba”.

La agotadora jornada de Gómez sería la primera de muchas. Como la mayoría de los inmigrantes que llegan a La Parada, su inglés limitado le impidió defenderse. Los empleadores se aprovechaban al no proporcionarle los artículos de limpieza necesarios y pagando poco.

“(Ellos me daban) unos trapos. Lo que encuentran, una cortina que rompen, un short, camisas de los niños”, dijo Gómez. “A veces no te daban el cepillo para lavar el toilet, entonces literalmente tenía que meter la mano. Era muy sucio y no te daban ni guantes. Hay muchas mujeres que no tienen lo básico para hacer las limpiezas”.

En el tiempo que iba a La Parada, Margarita Gómez solía ser maltratada por sus empleadores. Barreras del idioma y falta de conocimiento de sus derechos le impedían defenderse. Foto por Andrea Pineda-Salgado

La amiga de Gómez le aconsejó que cobrara $9 la hora, el sueldo más alto que los empleadores de La Parada estaban dispuestos a pagar en aquel entonces. Era un poco más que el salario mínimo de $7.25 en el estado de Nueva York, pero no valía la pena el abuso al que era sometida.

“Para mí era muy humillante que te hicieran limpiar de rodillas y ellos pasando por ahí, pisándote las manos. Era muy feo”, dijo Gómez. "Se acostumbra uno con el tiempo, pero es bien duro la verdad. Pero como ahí no te piden mucho inglés, solo tienes que saber lo básico, uno no se puede defender”.

Cuando Gómez era contratada para una limpieza, nunca sabía qué esperar ni recibía una lista de sus responsabilidades. Cuando terminaba de limpiar una habitación, le asignaban otra tarea. 

Gómez recuerda que en una ocasión, pidió un receso para almorzar, pero se le dijo que no podía comer dentro de la casa y tuvo que comer afuera en medio del frío. Se le descontó media hora de pago ese día por tomarse 15 minutos libres para comer. Y esa fue una de muchas de las humillaciones que tuvo que soportar.

"Una señora me hizo llorar. Esa señora era tremenda. Ella no te trataba bien, gritaba por más que tú le hacías las cosas bien”, dijo Gómez. 

La empleadora en cuestión no respetaba el tiempo de Gómez. Aunque Gómez le había comunicado claramente a qué hora tenía que recoger a sus hijos de la escuela, recuerda que la mujer le gritaba que siguiera limpiando. Esa fue la gota que derramó el vaso. 

“Salí de ahí llorando y dije, ‘No más’”, dice Gómez.

Mirando hacia atrás, considera que debió haber buscado una organización que le hubiese permitido defenderse ante sus empleadores y luchar por más dignidad y trato justo. “Pero por miedo de que no te hagan caso no hice nada”, recuerda. 

Falta de protecciones legales

De cierta forma, los empleos disponibles en La Parada son muy flexibles. No es preciso que los trabajadores sepan mucho inglés y las jornadas son cortas – de cinco a seis horas al día. Lo más importante es que no se requiere un número de Seguro Social. Sin embargo, es por estas mismas razones que las mujeres de La Parada son explotadas con facilidad. 

En gran parte, las trabajadoras de La Parada han sido excluidas del incremento en los derechos laborales que han logrado las amas de llaves, niñeras y cuidadores de salud a domicilio en los últimos años. 

Por ejemplo, en el 2010, el estado de Nueva York aprobó la Carta de Derechos de los Trabajadores Domésticos, que le otorga protecciones básicas a los trabajadores domésticos, como el derecho a pago adicional después de 40 horas de trabajo semanales, un día de descanso cada siete días y tres días de descanso pagos al año después de que hayan trabajado un año para el mismo empleador. Pero las trabajadoras de La Parada por lo general no califican porque no trabajan tantas horas para una sola familia. 

Y luego en marzo, la Ley de Derechos Humanos de la ciudad de Nueva York fue modificada para incluir a los trabajadores domésticos. Eso significa que califican para nuevos derechos, como el derecho a estar libre de discriminación o represalias por oponerse a la discriminación, y acomodaciones razonables en caso de personas embarazadas o con alguna discapacidad. Como sucede con otras protecciones legales, esta ley no aplica en el caso de las trabajadoras de La Parada debido a que trabajan de una manera casual e informal. 

María Valdez, directora de Liberty Cleaners y Williamsburg HUB en el Worker’s Justice Project. Foto por Andrea Pineda-Salgado

“El trabajo es informal porque la mayoría de las veces los acuerdos son verbales. Se presentan muchos problemas porque es informal”, dijo María Valdez, directora de Liberty Cleaners y Williamsburg HUB, una iniciativa del Worker’s Justice Project (Proyecto de Justicia para los Trabajadores) que abogan por los derechos de personas que se ganan la vida limpiando casas. “El robo de salario es lo más común, por puesto. Los empleadores te pueden decir que te van a pagar $15 la hora y, al final, pueden alegar  que no están conformes con el trabajo y no pagar”.  

Aunque las leyes dirigidas hacia los trabajadores domésticos no suelen aplicar en el caso de las trabajadoras indocumentadas de La Parada, tienen derechos bajo la Ley Laboral del Estado de Nueva York. En la ciudad de Nueva York, los trabajadores indocumentados tienen derecho a un sueldo mínimo de $15 la hora. Además, la Ley de Derechos Humanos de la Ciudad de Nueva York prohíbe que los empleadores acosen o se burlen de los trabajadores indocumentados por su nacionalidad, creencias o atuendo religioso, acento o estatus migratorio. La Legislación A3412A, que se convirtió en ley estatal en octubre del 2021, hace ilegal amenazar a los empleados con revelar su estatus migratorio a las autoridades. 

Aunque estos derechos protegen a las mujeres de La Parada, ellas mismas tienen que asegurarse de que se cumplan. 

“Una cosa es tener protecciones oficiales. Es otra cosa tratar de hacerlas cumplir”, dijo Haeyoung Yoon, directora senior de política del National Domestic Workers Alliance (Alianza Nacional de Trabajadores del Hogar.) “Ese es el verdadero reto. En la ciudad de Nueva York y en todo el país, tenemos una cultura del miedo. Los trabajadores indocumentados en particular tienen temor de hacer valer sus derechos porque saben que existe el riesgo de que un empleador tome represalias”. 

Es por eso, dijo Valdez, que conocer los derechos que uno tiene es lo más valioso para un trabajador. Dado que el trabajo doméstico se lleva a cabo a puertas cerradas, empoderar a los trabajadores con información sobre sus derechos es lo más importante que pueden hacer organizaciones como Libert Cleaners, afirma.

“Hemos visto que ese empoderamiento es más beneficioso para nuestra comunidad porque les permite conocerse y valorarse como persona y como trabajadora. Las lleva a valorar su trabajo”, dijo. “También las lleva a comunicarles esa información a sus empleadores”. 

Tres pasos hacia atrás 

Gracias al apoyo y la educación que ofrecen iniciativas como Liberty Cleaners del Worker’s Justice Project, trabajadoras como Merced Aguilar han podido exigir mejores condiciones para trabajar. Aguilar se mudó a la ciudad de Nueva York desde California en el 2013 para estar más cerca de sus familiares y encontrar mejores oportunidades de trabajo, lo cual la condujo a La Parada. 

Merced Aguilar en La Parada donde en la actualidad busca trabajo. Foto por Andrea Pineda-Salgado

Aunque Aguilar había trabajado como ama de llaves anteriormente, halló que el trabajo en La Parada era diferente. Al igual que Gómez, pasó dos años limpiando de rodillas sin los instrumentos indicados y sin saber de antemano cuáles iban a ser sus obligaciones. Un día llegaron activistas de Liberty Cleaners y le hicieron entender que debía hacerse escuchar.

“(Nos dieron información) que especificaba en tres idiomas, español, inglés y yiddish”, dijo.

“Especificaba que nosotros necesitábamos las herramientas para poder realizar un trabajo como los guantes y el mapo”.

Aguilar comenzó a asistir a reuniones organizadas por Liberty Cleaners. Tomó clases de inglés y cursos sobre cómo utilizar productos de limpieza, lo cual le dio la confianza que necesitaba para abogar por sí misma.  

La mayoría de los trabajadores que van a La Parada, incluyendo Aguilar, son indocumentados y no califican para beneficios de desempleo ni pagos de estímulo económico. 

“(Durante la pandemia) se bajó el trabajo. No tenía casi nada de trabajo. Tenía que salir al pensar que la pandemia iba por largo tiempo, y que se iba acabar el dinero que había ahorrado durante una década en un instante”, dijo Aguilar. “Entonces, con el miedo de enfermarme, de enfermar a mi familia, así me fui todos los días.”

Muchos de los empleadores que contratan empleadas domésticas en La Parada pertenecen a la comunidad jasídica, que fue fuertemente impactada por la pandemia, en parte debido al negacionismo del COVID-19 que proviene de una profunda desconfianza de las autoridades seculares. Aguilar encontró trabajo con algunas familias durante los primeros meses de la pandemia, pero algunas mostraban apatía con respecto al COVID-19  y no usaban mascarillas mientras Aguilar limpiaba. Otros se negaron a proveer una mascarilla cuando la solicitó. Aguilar recuerda que una vez le dieron una media para ponerse encima de la cara; en otra ocasión, alguien le dio una mascarilla usada. 

“Fui con otra y su esposo estaba enfermó y no avisaron que el señor estaba enfermo”, recuerda. "Se mudaba de un cuarto a otro como si fuera un fantasma. Se pasaba tapado con una cobija para irse al otro cuarto. Terminaba (de limpiar) el otro (cuarto) y se pasaba a otro. No me hicieron saber que el señor estaba enfermo y que me podía enfermar, y que podía enfermar a mi familia”.

Aguilar no sabía qué hacer ni cómo defenderse; pero si dejaba de trabajar, no hubiese tenido ningún ingreso para mantener a su familia.

“Yo pensaba, ‘si se enferma mi hijo, ¿qué voy a hacer? Tengo que dejar de trabajar para cuidarlo’”, dijo. “(La pandemia) para mí no fue nada fácil. No son unos recuerdos muy bonitos. Era un caos, un miedo y un terror para mí. Incluso a mí se me cayó todo el pelo. Y al recordarme de la pandemia, para mí es algo que me pone triste”.


La necesidad de encontrar trabajo para sobrevivir, combinada con la falta de conocimiento sobre sus derechos, suele silenciar a estas mujeres.


Aguilar estaba optimista cuando se divulgó la vacuna contra el COVID-19, pero dice que muchos de sus clientes se mostraron reacios a vacunarse. De hecho, Williamsburg, Brooklyn, sigue siendo una de las comunidades menos vacunadas en la ciudad de Nueva York (Solamente un 60% de los residents de Williamsburg han recibido dos dosis de una vacuna, mientras que en general, el índice de vacunación de la ciudad de nueva York con dos dosis es de 80%),  probablemente debido a desinformación y renuncia entre las poblaciones jasídicas y judías ortodoxas.

"Para (algunos de) ellos, la vacuna no existe. No se quieren vacunar y nos dicen que no nos pongamos la vacuna porque eso no es bueno”, dijo Aguilar, agregando que se vacunó para proteger a su familia.

Hasta el día de hoy, Aguilar dice que algunos empleadores siguen restando importancia a la gravedad del virus. 

Aguilar dice que si hubiese sabido que existía el Fondo para Trabajadores Excluidos — un fondo creado por el estado para neoyorquinos indocumentados que quedaron fuera de los programas de asistencia como beneficios de desempleo por la pandemia debido a su estatus migratorio — no se hubiese expuesto yendo a trabajar a diario. 

Nunca podrá olvidar lo que le sucedió a una de sus colegas de La Parada que también sentía que no tenía alternativa que seguir trabajando cuando la pandemia estaba en su apogeo. “Por su necesidad, no dejó de trabajar. Siguió trabajando y murió de COVID”, dice Aguilar. 

Pidiéndo cuentas

Los trabajadores tienen derecho de reportar a sus empleadores al Departamento de Trabajo (DOL, por sus siglas en inglés), pero el proceso puede tomar años. Durante la pandemia, Valdez dice que recibió muchas quejas de empleadores que estaban poniendo en riesgo a sus trabajadores, pero que fue difícil lograr que el DOL investigara. 

“Generalmente es muy difícil”, dice. “Esos casos toman mucho tiempo. Cuando se trata de robo de salario, solamente aceptan casos en el que el monto robado es de $5,000 o más, y para que se resuelvan las cosas, toma de tres a cinco años. Me imagino que las quejas generales y (las cuestiones de) discriminación demoran mucho más”. 

En la ciudad de Nueva York, algunos trabajadores indocumentados tienen derecho a presentar demandas y querellas al DOL con respecto a robo de ingresos. Sin embargo, no se aceptan demandas de trabajadoras independientes, como están consideradas las mujeres de La Parada.

“El reto con DOL es que siempre tienen más casos que capacidad humana para procesarlos a tiempo”, dijo Yoon. “Desafortunadamente es muy común que los empleados esperen mucho tiempo para recibir los sueldos que se les debe”. 

Debido a la falta de protecciones legales y conciencia sobre sus derechos, muchas de las trabajadoras no se atreven a abogar por sí mismas. La Parada es producto de la pobreza y la desesperación. La necesidad de encontrar trabajo para sobrevivir, combinada con la falta de conocimiento sobre sus derechos, suele silenciar a estas mujeres. 

Aunque Gómez llegó a EE. UU. en el 2002, no estaba consciente de que la ciudad de Nueva York es considerada una “ciudad santuario” donde las políticas impiden que los funcionarios locales compartan datos sobre personas indocumentadas con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU (ICE, por sus siglas en inglés.) 

“No sabía que tenía derechos. Le tenía terror a los policías porque pensaba que me iban a arrestar y me iban a mandar a México. Les tenía mucho miedo porque no sabía que tú puedes ejercer tus derechos”, dijo Gómez. “Tienes derecho a que si alguien te maltrata tu puedes denunciarlo”.

Con el paso de los años, fue entendiendo más sus derechos y comenzó a aprender inglés. Cuando dejó de buscar trabajo en La Parada en el 2018, estaba cobrando $15 la hora. Luego, alguien que conoció en su iglesia le ofreció un empleo que le pagaba $25 la hora por cuidar a un paciente de edad avanzada.

“Por la necesidad uno a veces calla y se aguanta, y se aguanta”, dijo. “Hoy en día, gracias a Dios no me toca volver a Brooklyn. En un tiempo yo lo necesite y de verdad me ayudó a hacer dinerito para los gastos. Pero si me pidieran que volviera para allá, yo no volvería a menos que tuviera mucha necesidad”.

Trabajadoras domésticas asisten a una clase de inglés en la sede de Worker’s Justice Project. Estas clases les permiten comunicarse mejor con sus empleadores y abogar por sí mismas. Foto por Andrea Pineda-Salgado

De su parte, Aguilar dice que involucrarse con Liberty Cleaners le ha permitido encontrar clientes que respetan su trabajo y la tratan con dignidad. Le dan los materiales necesarios, le pagan más que el salario mínimo y a veces cubre su almuerzo. Es por eso que, pese a las adversidades que enfrentó durante el peor momento de la pandemia, decidió seguir buscando trabajo en La Parada. 

“(Mis empleadores) me han dicho que es muy bueno que yo me esté capacitando porque les dejó un mejor trabajo”, dijo.

Valdez considera que el conocimiento es el mejor recurso que tiene una trabajadora doméstica.

Cuando Valdez se reúne con inmigrantes que hacen trabajo doméstico, les recuerda que vinieron a este país en busca de algo mejor. Las exhorta a que se eduquen sobre sus derechos, sea mediante Liberty Cleaners u otros programas comunitarios.

“Es revelador para ellas porque cuando se trata de la comunidad inmigrante, nada más … van de la casa al trabajo”, dijo. “No saben de otras oportunidades que las puedan guiar”.

En la actualidad, centros como La Parada en todas partes de la ciudad de Nueva York se están llenando de refugiados en busca de trabajo. La desesperación los obliga a soportar condiciones laborales pésimas, como lo hicieron Gómez y Aguilar. Sin derechos que los protejan, el ciclo de abuso continuará.

“Tenemos que valorar a estas trabajadoras y verlas porque cuando hacen una limpieza, lo hacen con todo el corazón. La mayoría de estas limpiadoras dan un 1000%”, dijo Valdez. “Tenemos que empezar a valorar su labor; tienen mucho que ofrecer y nos dan mucho como trabajadoras. Lamentablemente, no es que quieran hacer este trabajo, pero no les queda otra alternativa”.

Andrea Pineda-Salgado es una periodista bilingüe nacida y criada en Queens, N.Y.  Es reportera comunitaria para Epicenter-NYC, una iniciativa de periodismo hiperlocal. El trabajo de Andrea eleva las voces de los marginados. En Epicenter-NYC, ha escrito sobre la equidad con respecto a las vacunas y la batalla para proveer fondos a trabajadores excluidos e inquilinos inmigrantes que fueron víctimas de un incendio. Andrea se graduó de New York University en el 2021 con una licenciatura en periodismo y medios, cultura y comunicación. 

 
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