Crónica De Una Pandemia: La "Prisión Estatal Del Coronavirus" En California
La periodista daba clases de periodismo a los presos y desde lejos ha observado como miles de reclusos se infectaron con COVID 19. Docenas han muerto desde entonces, convirtiendo a San Quentin en un punto de crisis
By Lourdes Cárdenas
Antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas en marzo, fui semana tras semana, a lo largo de más de un año a la famosa prisión estatal de San Quentin, cerca de San Francisco, para dar clases de periodismo a prisioneros de habla hispana.
La clase de hasta 30 estudiantes se reunía semanalmente por dos horas en la sala de redacción de noticias de San Quentin News, donde los reos producían un periódico mensual que se distribuye a más de 30 centros de detención en los Estados Unidos. Mis estudiantes escribían tanto para el periódico, como para la edición en español de la revista Wall City.
En las clases pasamos de conceptos fundamentales como la estructura de la oración y la gramática básica del español, a temas más avanzados como el proceso de reporteo, entrevistas, y la escritura de las noticias.
Mientras más cómodos, más escribían
Tuvimos discusiones intensas sobre las muchas ideas de notas que comenzaron a surgir a medida que los estudiantes se sentían más cómodos hablando sobre los temas dentro de la prisión que consideraban de interés periodístico.
Algunos mencionaban las dificultades para obtener atención médica adecuada, especialmente para los presos de la tercera edad; otros discutían el doloroso proceso de perder contacto con familiares y amigos. Pero también se hablaba de historias positivas, muchas relacionadas con la rehabilitación o con la exhaustiva preparación necesaria para presentarse ante “la tabla”, como llaman ellos a las audiencias para una liberación anticipada.
La prisión de San Quentin alguna vez fue considerada muy peligrosa, pero esa imagen ha cambiado, gracias a los programas de rehabilitación. El University Prison Project dirige el único programa en el sistema penitenciario de California de otorgamiento de títulos universitarios. También ofrece una variedad de programas psicológicos, educativos, y vocacionales para ayudar a los reclusos a reinsertarse en la sociedad después de terminar su condena.
Ayuda de muchas partes
Todos los días, cientos de voluntarios solían donar su tiempo para ayudar a los reclusos. San Quentin News, en particular, contó con el apoyo de docenas de asesores y voluntarios de la Universidad de California-Berkeley. El programa de periodismo en español fue parte de este esfuerzo.
A diferencia de mis clases universitarias, donde los estudiantes tienen el mismo nivel de educación, en prisión los estudiantes forman un grupo muy heterogéneo en términos de edad, nivel de educación –la mayoría tiene solo escuela primaria–, delitos cometidos, y sentencias recibidas.
Algunos cumplían entre cinco y siete años de prisión, mientras que otros cumplían cadena perpetua. Como su profesora, tomé la decisión personal de no preguntarles por sus crímenes para evitar prejuicios de mi parte. Mi trabajo como voluntaria era enseñarles algo útil para sus vidas, no juzgarlos nuevamente.
Su motivación para aprender también era diferente; para algunos era una forma de escapar del aburrimiento de la prisión; pero para muchos fue una forma de aprender nuevas habilidades y prepararse para el futuro.
Las clases también fueron una ventana al mundo externo, que les abrió la oportunidad de ver y discutir lo que sucede dentro de la prisión desde una perspectiva periodística.
Por el periodismo, muchos de mis estudiantes se dieron cuenta de que su voz podía ser escuchada y tenía poder.
La clase les dio también la oportunidad de escribir sobre cosas que les apasionaban.
Cada uno con sus intereses
Pedro E., proponía notas relacionadas con los logros o retos de los diferentes equipos deportivos de San Quentin; Carlos D. escribía historias detalladas sobre cada uno de los juegos de fútbol de los Earthquakes –el equipo de San Quentin–; Heriberto A, estaba más preocupado por la falta de libros en español en la biblioteca de la prisión y escribió al respecto.
Casi todos tenían ideas de notas interesantes y todos entendían que de una forma u otra, escribir historias podría contribuir a promover cambios en el sistema de justicia.
Daniel es uno de los estudiantes en la clase de periodismo en español. Solamente completó la escuela primaria y para escribir letras rectas necesita usar una regla, lo que hace que su escritura a mano sea muy geométrica. Solía llegar a la clase con páginas y páginas de entrevistas que realizaba dentro de la prisión, recuperando las historias de personas que han estado allí durante décadas, o personas que superaron las adicciones, o aquellos que estaban listos para salir y disfrutar de la libertad.
"Escribir es una de sus terapias", me dijo su hija Dania Arriola, desde su casa en Monterrey, México. Cuando se publicaba una de sus notas en la sección en español de San Quentin News, la llamaba para contarle que la nota había salido. "Me enviaba recortes de las noticias de San Quentin News, donde se publicaba la noticia, y me pedía que revisara si estaba en línea y que la escaneara”.
La pandemia acabó con todo
Pero la llegada de COVID-19 lo cambió todo.
Primero, en un intento de evitar la propagación del virus al interior de la prisión, todos los programas de rehabilitación fueron suspendidos. Más tarde, en una movida ilógica, alrededor de 120 presos de la prisión de Chino, California –en donde muchos internos ya habían resultado positivos– fueron trasladados a San Quentin. Como resultado, el virus se propagó sin control.
Para principios de agosto, el Departamento de Correccionales y Rehabilitación de California reportó la muerte de 22 personas en San Quentin ,y más de 2,000 presos (60% de la población) y 234 empleados habían dado positivo al virus.
Si todo el sistema de salud pública no estaba preparado para hacer frente a un virus tan maligno, ¿cómo podría ser diferente en el sistema penitenciario? ¿Cómo sería posible reforzar la distancia social donde las personas están confinadas en celdas de 10 x 4 pies cuadrados, y las condiciones sanitarias adecuadas no existen?
Pronto, el caos estalló y con él, los intentos desesperados por controlar la diseminación del virus.
Los presos fueron encerrados en sus celdas, las horas de recreación se redujeron al mínimo; se suspendió el acceso a teléfonos, las duchas se limitaron a una vez por semana; los almuerzos en caja reemplazaron la comida normal, un área de trabajo industrial se convirtió en un hospital improvisado.
Las noticias que salían de la prisión alimentaron la inquietud y la incertidumbre de cientos de familiares de los presos.
Una actitud positiva
Dania prefiere pensar que la espiritualidad de su padre y su rutina diaria de ejercicio lo ayudarían en caso de una posible infección con COVID-19, a pesar de que tiene un problema pulmonar.
Pero los pensamientos oscuros son inevitables.
"Lo que más me preocupa ahora es que podría morir", me dijo Dania, que vive en la ciudad de Monterrey, en Mexico. Ella mantiene contacto con su padre a través de llamadas telefónicas y cartas. "Me preocupa porque si él muere, su cuerpo probablemente iría a una fosa común y no podríamos reclamarlo".
Aunque mantiene contacto regular con su padre vía telefónica y a través de cartas, Dania no lo ha visto desde hace 14 años porque no tiene visa para viajar a Estados Unidos. Dos hermanas de Dania -- viven en Tijuana -- lo visitaron en abril de 2019.
El 10 de agosto pasado Dania pudo finalmente hablar con él y se enteró de que tras contagiarse del virus estuvo en aislamiento total durante un mes, sin síntomas graves. Ahora se encuentra en recuperación.
Debido a la pandemia, muchas notas se quedaron en el tintero. El editor Juan Espinosa ya tenía el diseño para la segunda edición de "Wall City", la revista en español. Una de esas historias exploraba cómo los reos experimentan la pérdida de miembros de su familia y lo difícil que es vivir el duelo estando en la cárcel. Otra, escrita por Daniel, contaba el proceso de reinserción a la sociedad de Joe Ibarra, un hombre que a los 86 años obtuvo la libertad después de cuatro décadas de encierro.
¿Qué pasará ahora?
Espero realmente que las autoridades encuentren la manera de controlar el brote de virus y reducir la pérdida de vidas dentro de la prisión. Espero que Dania, y muchas otras personas como ella, puedan volver a ver y hablar pronto con sus familiares.
También me preocupa el impacto que tendrá esta situación en los programas de rehabilitación. Temo que se revierta lo que San Quentin ha logrado como institución y que avances que han logrado muchos prisioneros se puedan perder. Temo que la esperanza se desvanezca.
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